Nos arrebataron el templo, sin espejitos ni colores; nos arrinconaron fuera de Boedo, y nunca nos fuimos. Lloramos un descenso y, al mismo tiempo, juramos amor eterno, en las malas mucho más. Desengaños, choreos, cangrejeadas, derrotas dignas, el siemprestareatulado San Lorenzo querido que curaba heridas, mientras nos hundían el cuchillo en la carne.
Nacimos para sufrir, me dijo un veterano, pero vivimos para resurgir, agregó con una sonrisa, y mi viejo me contó antes que nada que no importaba sólo ganar, sólo los títulos, sólo la copa de mierda que se ofendió porque una vez la regalamos; tenía que aprender, en el apuro de mi niñez, que San Lorenzo era una metáfora de la vida: ganar, perder, caer, levantarse, bancar, soñar, creer, rezar, llorar, reír y volar, en alas de Cuervo, sobre los tristes postulados mercantilistas. Así que nunca llores de tristeza, me dijo, solamente de alegría.
Ponete la camiseta en la más fiera; gritá con ganas en las más chivas; y que nadie te venda lo contrario: si sólo importa ganar, tu amor no vale nada. Si vas a ser de San Lorenzo, vas a sufrir miles de éstas. Y vas a gozar millones de las otras: Ser parte de la hinchada que inventó casi todo; más grande que un pueblo; más gloriosa que su propia leyenda; llena estadios para ser campeón; llena plazas para construir su templo; hace leyes; hace historia; y no se rinde jamás. No lloramos de tristeza, viejo, quedate tranquilo; si me ves lagrimear, es sólo por esta mezcla de locura, amor y orgullo, por un CASLA que me parte el pecho, y por toda esta gente, campeona mundial de la alegría, que se merece el cielo.
Gracias por hacerme del Ciclón. Ahora, que lo comprendo todo.